domingo, 7 de diciembre de 2008

La Unificación de Italia

Península itálica a mediados del XIX. Un lío. Sigue siéndolo.

Italia podría ser una gran potencia europea, pero no lo es, como tampoco lo es Alemania. Políticamente está fragmentada, y en parte sometida a Austria. Económicamente es una frontera de la Europa occidental capitalista e industrial. La unidad italiana y la unidad alemana enfrentan a estos tres países en los dos únicos grandes conflictos armados europeos del siglo XIX. En ambos casos Francia, que quiere y cree ser la primera potencia continental, toma parte en el conflicto. Desde varios aspectos hay que relacionar, pues, el fenómeno de la unidad italiana con el movimiento general que conmueve a la Europa occidental. Así como el liberalismo político aplica los principios enunciados por la Revolución francesa de 1789, porque en definitiva la burguesía es lo bastante fuerte para imponerse, la unidad italiana puede ser considerada como la última onda de esa Revolución, ya que Napoleón III realiza lo que había sido esbozado por Napoleón I. Esta unidad beneficia a la Italia del norte, la única que está integrada en el espacio económico industrial de Europa. Su artífice principal, Cavour, es un político liberal de horizontes europeos, que en ningún momento ha puesto sus pies en Venecia ni en Roma ni en Nápoles. La unidad italiana se hace contra el Papa, quien pierde sus Estados y se retira al Vaticano.

Después de las Revoluciones de 1848, pese a su fracaso y la división política, no se puede dudar del sentimiento nacional. En 1849 se restablece el orden, los príncipes recuperan sus Estados y suprimen las constituciones liberales otorgadas por breve tiempo. La Lombardía, austriaca, permanece en estado de sitio hasta 1856. Guarniciones austriacas ocupan las Legaciones (Estados Pontificios), la Toscana, los ducados de Parma y Módena. En Nápoles, Fernando II instaura un régimen policiaco. Sólo el reino del Piamonte escapa a la reacción. El rey Víctor Manuel anuncia el 27 de marzo de 1849 que conservará el Estatuto, frenando así un principio de campaña antimonárquica. El 11 de octubre de 1850 hace entrar en el gobierno como ministro de Agricultura y Comercio a un diputado del centroderecha, Camillo Benso, conde de Cavour. Paulatinamente, gracias a su actividad se impone como jefe del gabinete y se transforma en presidente del Consejo en 1852, apoyado por una mayoría parlamentaria de coalición que nace de la unión del centroderecha y del centroizquierda.

En el reino de Piamonte-Cerdeña, un pequeño Estado de 5 millones de habitantes, él es quien gobierna desde el centro, siendo criticado tanto por la derecha conservadora y católica como por la extrema izquierda, y se propone como tarea la modernización de las estructuras económicas y políticas del país. El balance administrativo es impresionante: nuevos códigos, nuevas reglamentaciones, reorganización del cuerpo de funcionarios… En el campo económico, por no disponer de un ahorro suficiente para ser invertido en las empresas industriales, recurre a capitales extranjeros maniobrando con agilidad entre los grandes bancos franceses e ingleses y favoreciendo el desarrollo del puerto de Génova. En diez años se duplica el volumen de los bienes de consumo, y el Piamonte se dota de la mayor red de ferrocarriles de la península, abre numerosos canales por todo su territorio y firma tratados de libre cambio. En 1860 el Piamonte posee la mitad del capital social del conjunto de las sociedades industriales y comerciales italianas. Cavour tropieza por otra parte con dificultades financieras a causa del desequilibrio de los presupuestos, cubierto mediante empréstitos, y con dificultades de orden político a causa de las medidas anticlericales. En el campo diplomático y militar, el ejército es reestructurado y dotado del material más moderno, la marina de guerra es desarrollada, pero lo que es más importante, Cavour logra alinear al Piamonte en el campo liberal, al lado de Inglaterra y de la Francia de Napoleón III, quien intenta romper con el bloque conservador que forman Prusia, Austria y Rusia. Cavour entra en el conflicto en 1855 al lado de Francia e Inglaterra contra Rusia, con el tiempo justo para participar en el Congreso de París. Ha de acudir personalmente a París para forzar las puertas de la conferencia, intriga entre franceses e ingleses y por fin logra intervenir, aduce que, por culpa de Austria, Italia se encuentra en una situación prerrevolucionaria, y que el interés de las grandes potencias consiste en ayudar al Piamonte antes de que sea demasiado tarde. En realidad, habiendo fracasado todas las sediciones, la mayoría de los patriotas respaldan el programa moderado de Cavour. Turín acoge a muchos exiliados procedentes de otros Estados italianos, los futuros dirigentes de la Italia de la segunda mitad del siglo: en el gobierno piamontés figuran ministros oriundos de Venecia, Bolonia, Milán, Sicilia.

¿Cómo se decide la intervención francesa? Italia despierta simpatías en Europa, en Inglaterra principalmente, donde esta actitud se mezcla a un moralismo protestante antipapista. En Francia intelectuales liberales y anticlericales son favorables a la causa de la unidad. La opinión pública católica no admite que se toque Roma. El encuentro decisivo de Napoleón III y Cavour se produce en Plombiéres, en 1858: el emperador de los franceses promete enviar 200.000 hombres a Italia contra Austria a fin de crear una especie de federación italiana sin Austria, en la que Francia ejercería una hegemonía moral, y el Papa, desposeído de la mayor parte de sus Estados, recibiría la presidencia. Es Austria quien por torpeza precipita las cosas al dirigir un ultimátum a Turín.

Comienza la guerra el 29 de abril de 1859 con una débil ofensiva de los austriacos, quienes dejan a las tropas francesas el tiempo de llegar. Napoleón III asume personalmente el mando supremo a finales de mayo y el 4 de junio gana la batalla de Magenta, operación estratégica de que permite la entrada en Milán de ambos monarcas. Toscana ya ha echado a su gran duque; al derrocar a sus soberanos Parma y Módena, la insurrección crece en Romaña y en las Legaciones, y de toda Italia acuden voluntarios para alistarse en el ejército piamontés. Preocupado por, Napoleón III entra en contacto con el Emperador de Austria y el 11 de junio concierta los preliminares de la paz de Villafranca, quince días después de su llegada a Italia, Austria renuncia a Lombardía, pero los príncipes de Italia central serán restaurados y se instaurará una confederación presidida por el Papa. Dimite Cavour. La actitud de Napoleón III es debida, en parte, a las noticias que le llegan de Francia y que testimonian de la extrema reserva de la opinión y, en parte, a la movilización de 400.000 prusianos en el Rin.

Retirado del poder, Cavour anima a los moderados para que conserven el control de la situación en Italia central. En diciembre de 1859 Napoleón III decide reemprender alguna iniciativa, y el ministerio liberal inglés considera la perspectiva de una unidad italiana: un libelo oficioso aparecido en París aconseja al Papa la renuncia a sus Estados, excepto Roma. En enero de 1860 Cavour vuelve al poder, se aprovecha de la rivalidad de Londres y París y organiza plebiscitos triunfales en Italia central; el Piamonte cede Saboya y Niza a Francia para reforzar los lazos rotos por un momento. El nuevo reino de la Alta Italia, con el Piamonte, la Lombardía, Parma, Módena, la Toscana y la Romaña, cuentan con 12 millones de habitantes, es decir, casi la mitad de Italia. Los círculos dirigentes piamonteses se dan por satisfechos. Es una nueva fuerza política, el Partido de la acción, que cuenta con el pueblo, la más clarividente, Crispi, emigrado siciliano, y Garibaldi, en mayo de 1860, organizan la expedición de los mil «camisas rojas». Los mil voluntarios, todos ellos intelectuales habitantes de ciudades, desembarcan en Sicilia, libran algunas escaramuzas con los borbónicos, son recibidos por las ciudades sublevadas y, para conciliarse con los campesinos, suprimen la tasa sobre la molienda de granos. En agosto de 1860, Garibaldi cruza el estrecho de Mesina. Un ministro del rey Francisco II abre en persona las puertas de Nápoles. Cavour decide actuar para contener la ola democrática; el ejército piamontés entra en las Marcas y se reúne con los partidarios de Garibaldi en el reino de Nápoles. Víctor Manuel es saludado como rey de Italia por el mismo Garibaldi. Se ratifican las anexiones mediante plebiscitos. Fuera del reino no queda más que Venecia y Roma. Un nuevo parlamento se reúne en Turín en febrero de 1861; el reino de Italia es reconocido con entusiasmo por Inglaterra y también por Francia. Cavour muere en el mismo año, en el momento en que negocia un compromiso con el Papa.
-Los hermanos Garibaldi al completo.

La consecución de la unidad es laboriosa. La administración unitaria se establece con dificultad. Una guerrilla dirigida por el clero asola Nápoles, donde los piamonteses fusilan a 1.000 rebeldes en dos años. Gracias a Napoleón III con ocasión del conflicto austro-prusiano de 1866, Italia puede atacar de nuevo a Austria. Pese a ser derrotada, Italia consigue Venecia tras la ficción de un plebiscito (1866). Queda la cuestión de Roma y la campiña romana: en 1862, el gobierno real lanza a Garibaldi contra Roma, mas presionado por Napoleón III, debe él mismo contenerle. En 1867, por círculos oficiales, Garibaldi hace una nueva tentativa, pero una división francesa le intercepta. Es el conflicto franco-prusiano quien decide la suerte de Roma: a la caída de Napoleón III los italianos envían un ejército a Roma, que ratifica la anexión mediante un plebiscito. Una ley de garantías ofrece al Papa lo que aceptará de Mussolini cincuenta años más tarde, pero que entonces rechaza: derechos de un soberano, envío de nuncios al extranjero y compensaciones. La unidad termina como ha empezado, a favor del juego de las grandes potencias. Quedan todavía Trento y Trieste. La unidad ha costado la vida a 6.000 italianos, pero también a 15.000 franceses...

En conjunto, la unidad ha sido obra de una clase burguesa, intelectual y moderada, y también de los funcionarios del norte que han sabido insertarse en un juego diplomático a escala europea. Aquí también el liberalismo alcanza rápidamente sus límites: incapacidad para concebir reformas sociales de las cuales tanta necesidad tiene el sur de Italia, estancamiento en el conservadurismo... Habiendo prohibido Pío IX a los católicos participar en las elecciones legislativas, el cuerpo electoral, muy exiguo ya con sólo el 15 por ciento de los varones adultos, es debilísimo. La izquierda anticlerical y liberal que gobierna a partir de 1876 se lanza en una política megalómana de nacionalismo, de armamentos y de colonialismo. En el caso de Italia, más aún que en otros casos, más que de una voluntad de enfrentarse a lo real, se trata de una huida hacia adelante.

Hasta 1922, Italia fue una monarquía constitucional con un parlamento elegido mediante sufragio censitario hasta 1913 cuando se instauró el sufragio universal masculino. El nuevo estado sufría varios problemas tanto por la pobreza general y el analfabetismo como de las profundas diferencias culturales (no había un lenguaje común) entre varias partes: incluso hubo revueltas por el retorno a las antiguas leyes. En política exterior, Italia fue mientras tanto excluida del reparto colonial de África en la Conferencia de Berlín. Logra sin embargo establecer algunas posiciones en Eritrea y Somalia, fracasando en su intento de conquistar Etiopía.

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Trailer de "El Gatopardo" (1963), de Visconti, peliculón (y dramón) sobre la situación de la nobleza frente al cambio social que vive Italia.


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Cosas a tener en cuenta:
-El italiano es un nacionalismo organicista, al contrario que el alemán es más cultural que otra cosa, es una asociación de colectivos por una cultura común, el movimiento neogüelfo. Hay que tener en cuenta que Italia desde tiempos de Roma había estado dividida y que sigue estándolo. Lo cierto es que es casi milagroso que la unificación se llevase a cabo.
-Cavour no era estúpido, de hecho de italiano tenía poco, y, entre otras cosas, funda Il Risorgimento, el movimiento que arrastra todo esto, es decir, la coartada para meterse en una guerra. Se puede meter en el saco del romanticismo gracias a autores como Ugo Fascolo, Giacomo Leopardi o Alessandro Mazzini, fundador de Giovane Italia, y uno de los primeros en intentar la unificación por la fuerza. Evidentemente, era un inepto como militar (como cualquier militar italiano de los últimos 1500 años) y fracasó frente a Austria en 1848. Pese a todo, su lema "Dio e Popolo" corrió como la pólvora frente al "Iglesia libre en Estado libre" de Montalembert, reciclado por Cavour y posteriormente por... Mussolini.
-Nápoles era la ciudad más rica de Europa cuando estaba en manos de los Borbones, pero cuando entraron las tropas piamontesas despojaron al banco de Nápoles de todo su capital, dejando al sur en la miseria más absoluta. Aún no lo han olvidado.

sábado, 6 de diciembre de 2008

La Unificación Alemana y la hegemonía alemana

Otto Von Bismarck y su cara de buenos amigos. ¿Quién no pactaría con él?

Alemania, como Italia, había repetido desde 1850, el modelo político previo a 1848: dividida en múltiples Estados, la Confederación Alemana era solo un nombre. Restablecido el régimen reaccionario, la influencia austríaca se hizo sentir nuevamente. Esta situación no mejoró entre 1850 y 1862. Los gobiernos se volvieron cada vez más autoritarios y Austria reforzó su predominio. Todo parecía impedir la puesta en marcha de un plan de unidad nacional. A pesar de los graves factores que conspiraban contra la unidad alemana, había algunos que le eran favorables. En primer lugar, la potencia económica de Prusia; en segundo lugar, las industrias prusianas que revitalizaron a Alemania gracias a la Unión Aduanera; por ultimo, la construcción de una importante red ferroviaria. Y si muchos patriotas desconfiaban de Prusia, como Estado reaccionario, los hombres de negocios alemanes deseaban la unión del país bajo la dirección prusiana.

Otto von Bismarck, aristócrata prusiano y artífice de la unificación, fue nombrado presidente de Prusia por el káiser Guillermo I en 1862. El gobierno prusiano y la Dieta (parlamento) de Berlín se hallaban enfrentados a causa del proyecto de reforma del ejército elaborado por el Ministerio de la Guerra, que consistía en la ampliación del periodo de servicio militar obligatorio y en la abolición la milicia compuesta ciudadana. El sector liberal de Prusia, que contaba con la mayoría, rechazó esta propuesta por considerarla un conjunto de medidas reaccionarias destinadas a incrementar los poderes de la corona prusiana y se negó a aprobar el presupuesto de defensa. Bismarck, decidido a vencer, gobernó el país y recaudó los impuestos sin contar con el consentimiento del parlamento.

El ministro-presidente deseaba ampliar el territorio de Prusia y aumentar su poder a expensas de los estados vecinos de Alemania del norte; a su juicio, este plan uniría a la mayoría de los prusianos en torno a la Corona y, por lo tanto, los liberales quedarían aislados. Bismarck no contaba con un plan diseñado de antemano para llevar a cabo la unificación alemana. Era un hombre implacable y estaba dispuesto a aprovechar las divergencias entre las otras grandes potencias para lograr sus objetivos. El ejército prusiano, recientemente reorganizado y mejor equipado, sería el instrumento con el que alcanzaría sus objetivos en política exterior. Su oportunidad llegó en 1863, cuando la Confederación Germánica, una unión de estados alemanes presidida por el Imperio austriaco, protestó ante el intento de Cristián IX de Dinamarca por incorporar a su reino el ducado de Schleswig. En el Protocolo de Londres de 1852, se había dispuesto que quedara unida al ducado de Holstein, que era miembro de la Confederación Germánica. Bismarck pretendía sacar provecho de esta disputa en favor de los intereses de Prusia y persuadió al emperador austriaco para que se uniera a Prusia en su defensa de los términos del Protocolo de Londres, lo que obligaría a Dinamarca a renunciar a su soberanía sobre las dos provincias. Se inició así la llamada guerra de los Ducados. Las fuerzas austríacas y prusianas invadieron Jutlandia. El rey de Dinamarca se vio forzado a transferir Schleswig-Holstein a los dos vencedores tras la derrota de su ejército en el mes de agosto, y las fuerzas de Austria y Prusia ocuparon el territorio conquistado.

Después de la victoria, era preciso decidir el futuro de los dos ducados: Bismarck deseaba anexionarlos a Prusia, una solución a la que Austria se oponía. Se intentó resolver este asunto de distintas formas: se celebró una conferencia en Londres a la que asistieron las grandes potencias; tras el fracaso de esta reunión, negociaron las naciones en conflicto. Esta vía tampoco condujo a acuerdo y Prusia y Austria entraron en guerra el 14 de junio de 1866 -Guerra de las Siete Semanas-. Austria contaba con el apoyo de gran parte de la Confederación Germánica. Prusia firmó una alianza con Italia (a la que prometió la provincia austriaca de Venecia en el caso de que vencieran), con el fin de presentar dos frentes de batalla. Los estados alemanes proaustriacos no tardaron en ser derrotados. El ejército austríaco fue completamente aniquilado en Sadowa, situada en Bohemia, el 3 de julio. Austria se vio obligada a firmar el Tratado de Praga en el que se comprometía a renunciar a sus anteriores competencias en Alemania. Napoleón III está a favor. Luego se arrepentirá.

Prusia constituyó, con los demás Estados del norte del Main y Sajonia, la Confederación de Alemania del Norte. Los reinos de Baviera, Wurttenberg y el gran ducado de Baden permanecieron independientes, pero firmaron alianzas con Prusia. Bismarck promulgó una nueva Constitución para la Confederación. Guillermo I, rey de Prusia, fue nombrado presidente hereditario de la Confederación, mientras que el poder real de la misma era otorgado a Bismarck como canciller. Se constituyó un Reichstag (asamblea representativa), elegido por sufragio universal masculino, con poderes limitados. Los ministros del nuevo gabinete fueron nombrados por el Rey. Los liberales prusianos apoyaron a Bismarck en esos momentos por sus éxitos recientes, y la Dieta prusiana aprobó una ley de indemnización para absolverle de todas las acciones ilegales realizadas. Las otras potencias, que habían permanecido neutrales, no habían previsto la magnitud de la derrota austríaca. Napoleón III exigió a Prusia compensaciones por la ampliación de su territorio, y sugirió a Bismarck la cesión de algunas zonas de Renania, Bélgica o Luxemburgo.
Hacia finales de la década de los sesenta, España, cuya reina, Isabel II, había sido depuesta recientemente, por la revolución de 1868, ofreció su trono al príncipe Leopoldo de Hohenzollern, pariente de Guillermo I. Napoleón III, que no deseaba verse rodeado por Prusia, protestó por esta propuesta y la candidatura de Leopoldo fue retirada bajo la presión del Káiser. Ante esta situación, el embajador francés de Prusia se trasladó para entrevistarse con Guillermo. Éste, indignado porque se pusiera en duda su palabra, telegrafió a Bismarck para comunicarle que se negaba a ofrecer ninguna otra confirmación al embajador francés, al que había despedido. Bismarck manipuló el telegrama para que produjera la impresión de que había sido insultado, y lo publicó en prensa. Las opiniones de corte nacionalista proliferaron y Francia declaró la guerra a Prusia, encolerizada por el supuesto agravio contra su embajador. Bismarck también hizo públicas las demandas de Napoleón III sobre Bélgica y Luxemburgo, lo que reafirmó a Gran Bretaña en su decisión de permanecer neutral en el conflicto. Los estados alemanes del sur, irritados por los proyectos previstos por el Emperador francés para el territorio renano, que Bismarck también se encargó de filtrar a la prensa, se unieron a Prusia. Los ejércitos de Napoleón III fueron derrotados en la batalla de Sedan y en Metz; a continuación, los prusianos sitiaron París. Napoleón abdicó y se proclamó la III República.
-Napoleón III y Bismarck tomando el té después de Sedan. Observad lo triste que está el sobrino de Napoleón ante la idea de jubirlarse en Londres viviendo a todo tren. La verdad es que Otto le hizo un favor.

Se formó un Gobierno de Defensa Nacional que intentó organizar la resistencia en las zonas no ocupadas del sur del país. Los nuevos ejércitos franceses, apoyados por guerrilleros, lucharon durante un tiempo contra fuerzas muy superiores, pero las autoridades se vieron obligadas a firmar un armisticio con Prusia el 28 de enero de 1871, que incluía la capitulación de París, agotada por el sitio sufrido. Francia tuvo que ceder a Prusia las provincias de Alsacia y Lorena y pagar una gravosa indemnización de guerra (Tratado de Frankfurt). El rey de Prusia, Guillermo I, fue proclamado emperador de Alemania por otros príncipes alemanes en enero de 1871; la ceremonia tuvo lugar en Versalles, donde se encontraba en estos momentos el cuartel general del ejército prusiano. La Constitución de la ya inexistente Confederación de Alemania del Norte fue aprobada definitivamente el 16 de abril de 1871, por el segundo Imperio alemán.

El imperio enfrentó dos fuerzas internas contrapuestas, la Iglesia Católica y la socialdemocracia. Bismarck dictó las Leyes de Mayo, por las que se secularizaban la educación y otras actividades civiles, pero retrocedió después, para contar a la Iglesia como aliado en contra del socialismo. Alarmado por el crecimiento de la socialdemocracia, el régimen aplicó una combinación de represión y reformas sociales, con el fin de neutralizar su potencial. El gobierno de Bismarck utilizó el proteccionismo comercial para aumentar el ingreso interno y fomentar la industria nacional. La economía alemana dio un nuevo salto, sobre todo en la industria pesada, la química, la electrotécnica y la de medios de producción. La formación de la Triple Alianza, con Austria e Italia, así como el establecimiento de colonias en África y Asia a partir de 1884, evidenciaron la aspiración de convertir al Imperio Alemán en una potencia mundial.

Bismarck consiguió que Berlín fuera el centro de la diplomacia europea de su tiempo. Su actividad se orientó a lograr la hegemonía alemana y a evitar la revancha francesa, aislando a esta potencia mediante juegos de alianzas denominados sistemas bismarckianos, respaldados por una política de fuerza o realpolitik. Su mayor logro lo alcanzó con la firma de la Triple Alianza (1882) entre Alemania, Austria-Hungría e Italia. Frente a este bloque, tras la dimisión de Bismark, Francia respondió con la formación de la Entente Cordial (1904) con Inglaterra, a la que se añadiría Rusia con la firma de la Triple Entente (1907). De esta forma, cualquier conflicto entre naciones corría el peligro de implicar a toda Europa, como sucedió al estallar la Primera Guerra Mundial. Como gran estado moderno, Alemania llega tarde al reparto colonial del planeta. El Káiser Guillermo I se encargará de extender el poder de Alemania, por medio de una industria competitiva con relación a la gran potencia del momento, Inglaterra. Berlín se afianza como una de las ciudades más importantes de Europa. Y la industria alemana, en su búsqueda de nuevos mercados tropieza con la hostilidad de Inglaterra y Francia. Hostilidad que con el tiempo desembocará en la Primera Guerra Mundial.

El tenso ambiente entre Inglaterra y Francia y el nuevo estado alemán crece año a año, a pesar de las Conferencias Internaciones de Paz, de 1899 y de 1907 de La Haya, que buscan crear foros de arbitraje donde dirimir los litigios. Surge la Corte de Arbitraje de La Haya. Pero entretanto, en Alemania, se difunde la doctrina de una serie de pensadores políticos como Friedrich von Bernhardi, y otros que sostienen que la guerra forma parte consustancial de la vitalidad de las naciones; el nuevo Káiser, Guillermo II, es belicista y no mantiene el equilibrio de Bismarck.. El espíritu bélico de Prusia resurge. Francia e Inglaterra las que aparecen como enemigas, como principales obstáculos al vertiginoso desarrollo industrial de Alemania, que necesita desesperadamente nuevos mercados donde vender sus productos, de más calidad y a mejor precio que los de esos dos países. El germen de la guerra ya existe a comienzos de la segunda década. Para entonces Alemania ha buscado nuevos aliados, Italia en el Sur, y Japón para debilitar a Rusia, en el Pacífico. Rusia acababa de ser derrotada por Japón en 1905. Y la caída de la monarquía no tardaría en llegar, pero la Primera Guerra Mundial llegó antes, en 1914, y al final de la misma en 1919 también cayó la monarquía en Alemania y en Austria.

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Documental que os robará media hora de vuestra vida y ni siquiera entra en este tema de manera directa: el acorazado Bismarck, la joya de la marina nazi. Y sí, el nombre es por nuestro Otto.

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Glosario:
-Unión Aduanera: La Zollverein, en la que se abolen los aranceles (impuestos) entre los miembros de la Confederación Germánica, excepto Austria, en 1834, es el primer paso hacia la cohesión política.
-Romanticismo: No es un movimiento unitario, hay fases: se inicia en los años 90' del XVIII y se extiende durante la primera mitad del XIX. Los filósofos dominantes son Fichte y Schelling, y autores destacados son E.T.A. Hoffman y Hölderlin. En la unificación Bismarck se apropia del concepto de lo sublime, de la excelencia, del orgullo de ser compatriota de personalidades como Beethoven o Goethe. Hay que tener en cuenta que es una época insegura y alienante, se idealizan y topifican momentos pasados y se mitifica la realidad y la historia, entroncando con el ideal de Imperio con Roma.
-Conferencia de Berlín: Convocada por Portugal, la organiza Bismarck. Se establece la libre navegación marítima y fluvial, Leopoldo II de Bélgica establece como árbitro del Congo y se divide el mapa de África y Asia. Las consecuencias de estos son los conflictos nacionales y la desastrosa descolonización que aún hoy sufren las antiguas colonias. No confundir con Congreso de Berlín, ahí se trataron asuntos sobre la problemática de los Balcanes.
-Reichstag y -Bundesrat son los órganos del poder legistalivo de la nueva Alemania.

lunes, 17 de noviembre de 2008

El Imperio Británico

- Las gordas también tienen derecho a gobernar.

La Época Victoriana comprende el periodo del reinado de la Reina Victoria (1837-1901) y marcó la cúspide de la revolución industrial británica y el auge del imperio británico. La Reina Victoria tuvo el reinado más largo en la historia de los monarcas británicos, y los cambios culturales, políticos, económicos, industriales y científicos que sucedieron durante su reinado fueron notables. Cuando Victoria ascendió al trono, Inglaterra era esencialmente agraria y rural; a su muerte, el país se hallaba altamente industrializado y estaba conectado por una red de ferrocarril en expansión. Tal transición no fue suave: las primeras décadas del reinado de Victoria fueron testigos de una serie de epidemias, fallos en la producción de grano y colapsos económicos.

A medida que el país crecía, cada vez más conectado mediante la expansiva red de ferrocarril, economías enteras se trasladaron a las ciudades, ahora más accesibles. El periodo medio victoriano también fue testigo de significativos cambios sociales, como el renacimiento de la doctrina evangélica, al mismo tiempo que una serie de cambios legales en los derechos de la mujer. Este periodo está caracterizado por una pacífica consolidación de la economía, el sistema colonial y la industrialización, perturbado temporalmente por la Guerra de Crimea... aunque Gran Bretaña estuvo en guerra todos y cada uno de los años del periodo. Hacia fin de siglo, las políticas de Nuevo Imperialismo condujeron a un incremento de los conflictos en las colonias. Desde sus inicios como Estado, Inglaterra comenzó a dominar política y culturalmente en el archipiélago británico, estas influencias llevarían a la creación del Reino Unido en 1707. Sin embargo el imperio británico como tal, nace en el siglo XVII cuando comenzó la expansión marítima comercial. Durante este período los británicos tuvieron posesión de tres territorios principales: Norteamérica, las Antillas y la India.

Inglaterra se anticipa a las restantes potencias en la toma de posiciones; después de la desaparición del primer Imperio colonial francés y de la emancipación de la América española permanece como el único imperio colonial europeo. El Imperio británico fue el más extenso de todos, comenzó a formarse en el siglo XVIII, pero alcanzó la madurez durante el largo reinado de Victoria (1837-1901), impulsado por la acción de sus ministros Disraeli y Chamberlain. Hasta entonces había controlado fundamentalmente territorios costeros o islas con un claro significado comercial o estratégico. Algunas de ellas habían pertenecido a Francia, Holanda o España. La derrota de Napoleón reforzó su posición dominante.

La constitución del imperio británico en Asia fue temprana, en 1885 ya se ha completado. La India fue sin duda el dominio más importante. La India se hizo importante para los europeos cuando los otomanos cancelaron las rutas de comercio entre Asia y Europa. Ahí estuvieron, fracasando, los portugueses, los holandeses y los franceses. Inglaterra como Estado intervino cuando la pérdida del control del norte de la India que tenían los mogoles ocasionó diversas luchas entre los rajás, que querían crear sus propios estados, y por tanto un caos político.
Entre 1757 y 1764, a través de conquistas militares, los británicos se apoderaron de los centros políticos del norte de la India y, mediante ellos, de la totalidad del subcontinente. Los ingleses, desde entonces, debieron lidiar con la complicada composición étnica de la población. Para facilitar su control introdujeron bases occidentales de derecho y el idioma inglés como lingua franca pretendiendo crear bases para la creación de un Estado moderno. Se trataba de una colonia de explotación administrada desde 1777 por la Compañía de las Indias Orientales. Se convirtió en la principal suministradora de materias primas (algodón, té...). Constituida en el eje del imperio, la construcción del canal del Suez agilizó de manera notable las relaciones con la metrópoli. Para mantenerla protegida de los territorios coloniales de otras potencias Gran Bretaña creó en torno a ella una serie de estados tapón, como Beluchistán (en el actual Pakistán) o Afganistán.

A raíz de la sublevación de los cipayos, soldados indios al servicio de Gran Bretaña, la Corona tomó directamente el gobierno de la India que había estado dirigido por la citada Cía. de las Indias Orientales. Otras áreas de dominio británico en Asia fueron Malaca y Singapur; ésta se convirtió en un punto estratégico en las rutas marítimas. Birmania, que era un protectorado, fue anexionada en 1885, lo que supuso la creación de una vía terrestre hacia China. En China, que conservó nominalmente la independencia, amplió su influencia tras el tratado de Nankín (1842) que puso fin a la “Guerra del Opio”. China se vio obligada a ceder Hong Kong y a abrir cinco puertos costeros al comercio exterior. Ello dio paso a los llamados "Tratados desiguales" que no sólo permitieron las ingerencias británicas en los asuntos chinos, sino también las de otras potencias como Francia y Estados Unidos. Más tarde, en 1860, por el Tratado de Tient-Sin, el imperio asiático hubo de transigir en la apertura de otros once puertos. En el Mediterráneo controló una serie de colonias que jalonaban el camino hacia la India una vez abierto el Canal de Suez. Desde Gibraltar se sucerdieron Malta, Suez y Adén. Pronto intervino en Egipto que aunque conservó nominalmente su independencia en realidad fue controlado por franceses y británicos.
En África Avanzó desde el sur (El Cabo) intentando enlazar con el Sudán. Cecil Rhodes se anexionó los territorios que llevan su nombre (Rodesia), hoy repartidos entre Zimbabwe y Zambia. En esta progresión hacia el norte chocará con los bóers, pobladores de origen holandés establecidos en Transvaal y Orange así con la población zulú a la que venció en 1879. Con esta conquista impidió que Portugal puediera progresar de Oeste a Este y unir sus colonias de Angola y Mozambique. Esta expansión se completó con la incorporación de Nigeria, parte de Somalia (1884), Kenia y Uganda. En el control del valle del Nilo chocó contra la otra gran potencia imperialista de África: Francia. Una vez alejado el peligro de una guerra entre ambas potencias tras el "Incidente de Fachoda" (en Sudán), el Imperio Británico se adueño de una de las áreas más ricas de África: el sur, pródigo en oro y diamantes; y el valle del Nilo (Egipto y Sudán), con sus fértiles cultivos de algodón. Su control le permitió además proteger las principales rutas que conducían a la India.

Nueva Zelanda fue convertida en colonia británica en 1841 quedando su población indígena, los maoríes, bajo la soberanía de la metrópoli. Australia fue utilizada durante gran parte del siglo XIX como prisión donde eran destinados determinados convictos. Estos dominios se completaron con algunos archipiélagos del Pacífico. La penetración europea se realizó siguiendo las pautas de formación de colonias de poblamiento que sirvieron de drenaje a los excedentes demográficos británicos y del norte de Europa, provocando en muchos casos la casi total desaparición de las poblaciones indígenas. Canadá redondeó este imperio universal. Fue convertida en dominio en 1867 siéndole otorgado un amplio grado de autonomía. Honduras, Jamaica o Guayana constituyeron asimismo posesiones británicas.

A principios del siglo XX, Inglaterra dispone de un Imperio de 33 millones de km2 con 450 millones de habitantes, aproximadamente la cuarta parte de la población mundial. Los problemas de tan vastos territorios llegan a ser un peso para sus finanzas y debilitan su posición in¬ternacional en Europa. Es el momento de poner fin a la expansión y de frenar a Alemania, para lo cual rompe su aislamiento y se aproxima diplomáticamente a Francia y Rusia. En todas partes ha podido construir la infraestructura ferroviaria y de puertos, o efectuar traba¬jos de irrigación en la India y Egipto. Las colonias de plantación han al¬canzado su rendimiento máximo: algodón en la India y Egipto, yute en la India, té en Ceilán, hevea en Malasia. Los territorios de población blanca, débilmente poblados, le envían excedentes de carne, trigo y lana. Las minas de África del Sur, Australia y otros países ponen a su disposición oro y diamantes, estaño, cobre…

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Reportaje sobre la guerra durante los tiempos del Imperio Británico: el nacimiento de la guerra moderna, como lo fue la Guerra de Crimea.

viernes, 14 de noviembre de 2008

La Europa de la Restauración

Metternich y amigos esperando a las strippers. Nadie dijo que salvar el mundo sería fácil.

Abarca un periodo corto, desde la caída de Napoleón en 1814 hasta las revoluciones europeas de 1830. Se intentó, por parte de gobiernos europeos, reaccionar frente a los logros de la Revolución Francesa y volver a los presupuestos del Antiguo Régimen. De ahí, deriva la denominación Restauración. Se trata de una época compleja. Gran parte de esta complejidad se explica por la heterogeneidad de las fuerzas que vencieron a Napoleón: unos luchaban contra el intento imperial de romper el equilibrio de occidente; otros, los nacionalistas, se levantaron contra el proyecto unitario que suponía; por último, estaban los que se oponían al ideal girondino napoleónico de extender los principios revolucionarios por toda Europa. Estas fuerzas eran contradictorias entre sí, pero la política del equilibrio europeo consistirá en no permitir la formación de una potencia territorial europea. La Restauración interpretó que la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico habían roto ese equilibrio y era necesario volverlo a construir. Las potencias debían ayudarse para mantener a sus gobernantes legítimos y abortar cualquier conato de revolución, pacto que se romperá oficialmente con la Guerra de Crimea.

La política internacional europea de la época queda configurada por los principios de legitimidad, equilibrio e intervención. En virtud del principio de legitimidad se restaurarán las dinastías del Antiguo Régimen, recuperando los territorios que le pertenecían. Los espacios alemán e italiano fueron discutidos y repartidos buscando compensaciones. Rusia se fortaleció por el Este y Prusia por el Oeste. También se crearon estados-tapón. Se entendía que la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico habían roto el equilibrio europeo y había que reconstruirlo. Así entraba en juego el segundo principio: el del equilibrio. La clave de la política europea acabó siendo la aplicación del principio de intervención. Consistía en el compromiso entre las potencias de intervenir en cualquier país donde surgiera un estallido revolucionario. La aplicación de los tres principios citados, da origen a los dos rasgos que caracterizaron el sistema político de la Restauración. El primero consiste en la fórmula de Directorio, la dirección mancomunada de la política europea por parte de las grandes potencias. En Europa se imponía la supremacía de las grandes potencias. El segundo es la convocatoria de Congresos. Para poner en práctica la política mancomunada de las grandes potencias había que ponerse de acuerdo. En octubre de 1814 dio comienzo el Congreso de Viena, aunque las dificultades de concentración obligasen a aplazar una y otra vez las fechas de las sesiones. Los protagonistas fueron el emperador de Austria Francisco I y su canciller Metternich que desempeñaron los papeles de anfitrión y principal negociador. El zar de Rusia, Alejandro I, el cual, sorprendió a todos con un proyecto de Santa Alianza. El rey de Prusia, Federico Guillermo III, delegó en su colaborador el príncipe Hardenberg, que a su vez se apoyaba en Humboldt. Para equilibrar el engrandecimiento ruso se ampliarán los dominios del reino prusiano con los territorios de Renania y Westfalia. Castlereagh, por parte de Gran Bretaña, es una pieza clave en el Congreso. Fue el primero en hablar de la necesidad de un sistema de equilibrio europeo. Por parte de Francia, el ministro de Asuntos Exteriores, Talleyrand, hombre de extraordinaria capacidad diplomática. Los representantes de las medianas y pequeñas potencias tuvieron poco que hacer en el Congreso de Viena. Entre ellos no destacó especialmente el representante español Gómez Labrador.

El capítulo más amplio fue el de las decisiones. Se centró en la reorganización del mapa europeo. La creación de fronteras artificiales, en muchos casos, provocará problemas nacionalistas en un futuro próximo. Rusia se anexionaba Finlandia y el Reino de Polonia quedaba bajo la soberanía del zar. Austria retenía la Galitzia polaca, mientras controlaba Lombardía, Venecia y las provincias Ilíricas. En los reinos de Italia la aplicación del principio de legitimidad permitió a Víctor Manuel I recuperar Saboya y Génova; Fernando V volvió a Nápoles; el Papa a los Estados Pontifícios; Fernando III a Toscana y Francisco IV a Módena. En el conjunto del mundo alemán se procedió a una simplificación del mapa, reduciendo a 39 el mosaico de Estados que pasaron a configurar la Confederación de Estados Germánicos. Prusia adquiría Posen, Dantzig, la Pomerania sueca y parte de Sajonia. El engrandecimiento de Prusia frenaba el expansionismo ruso, a la vez que preparaba vías para la unidad de Alemania. Suecia obtuvo la soberanía sobre Noruega, mientras que Bélgica, Holanda y Luxemburgo constituían un estado-tapón en la zona que más interesaba proteger a Gran Bretaña.

El segundo congreso, después del de Viena, fue el de Aquisgrán. Se celebró en los últimos meses de 1818. El principal tema del congreso fue regularizar la situación de Francia. Se facilitó el pago de las reparaciones de guerra en plazos e ingresó en el Directorio. El panorama europeo era tranquilizador aunque comenzaban a aflorar diferencias ideológicas, aunque no afectaban a la unidad, pues había dos bloques con el mismo fin, las potencias absolutistas y las de régimen constitucional.

En 1820 la revolución liberal resurgía en los reinos de España, Portugal, Nápoles y Piamonte. Los monarcas tuvieron que aceptar regímenes constitucionales. En la conferencia de Troppau se continuó en Laybac (Liubliana) en enero de 1821. La habilidad de Metternich se puso de manifiesto y Austria recibía plenos poderes para intervenir en Italia y restaurar los regímenes de plena soberanía. En 1821, los planes revolucionarios italianos y españoles provocaron otra gran reunión de la Pentarquía en Verona a finales de 1822 en la cual se decidió redactar una nota a las Cortes españolas, amenazando con la intervención si no se producía un cambio sustancial. Si la nota de las potencias se rechazaba, entraría en España un ejercito francés, respaldado por la Pentarquía. Después de Verona prevalecería la política individual de cada potencia sobre la global. La nueva oleada revolucionaria de 1830 dará al traste con el Sistema Metternich.

Gran Bretaña durante el periodo que nos ocupa está cubierta de gobiernos tories que rechazarán cualquier tendencia revolucionaria en las Islas y que practicarán una política ajena a los asuntos del continente europeo. El imperio ruso se había engrandecido con la anexión de Finlandia y la soberanía sobre Polonia, pero su hegemonía europea se vio frenada por la aplicación del principio de equilibrio. Cuando llegó el ciclo revolucionario de 1820, se mostró radicalmente antiliberal. La primera obra de Luis XVIII al subir al trono fue la promulgación de una Carta Otorgada, ley que emana de la autoridad real, pero que reconoce los derechos del pueblo. Las instituciones revolucionarias y napoleónicas se respetaron en su mayoría. Puso en marcha una política conciliadora, teniendo que hacer frente a problemas durante su reinado, sobre todo en los primeros años por el intento napoleónico de los Cien días, pero las reformas y el éxito militar de Los Cien Mil Hijos de San Luis contribuyeron a restaurar el prestigio interior y exterior del régimen de la restauración en Francia. El mundo germánico esperaba con ansia la unidad alemana. La Confederación de los 39 Estados Germánicos configurada en el Congreso de Viena, contaba con un Parlamento en Francfort en el que se trataban asuntos muy generales. Ni Austria ni Prusia renunciaban al protagonismo en la formación de la Gran Alemania. Prusia era ya la primera gran potencia del mundo germánico. Estaba gobernada por el rey Federico Guillermo, contaba con el ejercito mejor organizado de Europa; pero Austria contaba con el mejor político, hábil diplomático y enérgico gobernante, Metternich, que se mantendría en el poder con su emperador Francisco I hasta 1848. En Italia predominaba por el momento el liberalismo sobre el nacionalismo. Prevaleció el régimen de soberanía real y los descontentos fueron mayores que en otras partes de Europa. Y la cosa quedó tal que así:
1820 fue la fecha en la que el sistema político de la Restauración atravesó el momento más crítico, es en esta fecha cuando tienen lugar movimientos revolucionarios en España, Portugal, Piamonte, Nápoles y Grecia. Estas oleadas revolucionarias deben interpretarse como la reacción a la Europa de la Restauración que había dejado graves problemas de nacionalismo. Las potencias del Directorio, para impedir que estos brotes revolucionarios llevasen a la implantación del liberalismo, acaban progresivamente con estos nuevos regímenes constitucionales. Los únicos que se mantendrán serán los gobiernos de Portugal y Grecia, esta última será reconocida como estado independiente del imperio turco.

En torno a 1830 una nueva oleada de mayor envergadura asola Europa; el punto de partida de estas agitaciones es el alzamiento de orleanistas y republicanos en París en julio de 1830; triunfan los primeros, los cuales hacen abdicar a Carlos X, último rey francés de la casa de Borbón y proclaman a Luis Felipe de Orleáns como rey de Francia. Desde Francia la revolución se extiende a Bélgica, que obtiene la independencia de Holanda, con la que formaba hasta entonces el reino de los Países Bajos. Los Estados centrales de la confederación germánica serán los siguientes en sufrir la oleada revolucionaria, seguidos de Polonia y los pequeños Estados de la Italia central. Las revoluciones de 1830 acabarán dando el triunfo al liberalismo en la Europa Occidental. El siguiente ciclo revolucionario, en 1848, liberalizará los regímenes de Europa Central.

Los años 1815-1830 trajeron consigo una estabilidad que mejoró la condición humana, debido principalmente a la ausencia de guerras y perturbaciones civiles a nivel continental. Después de Waterloo se establecía un orden internacional que se mantendría a lo largo de todo el siglo. Viena fue la primera conferencia de paz moderna: un intento no sólo de resolver todas las cuestiones pendientes en el continente europeo, sino también de preservar la paz sobre una base permanente. Sus procedimientos fijaron la pauta de las conferencias internacionales.

La oleada revolucionaria que se extendió durante 1848 por gran parte de Europa, además de su significado político, poseyó un marcado carácter social. Francia, Austria, Alemania, Suiza, al igual que otros estados, constituyeron escenarios en los que la clase trabajadora intervino en forma de protestas y motines junto con la pequeña burguesía liberal, frente a los intereses de la alta burguesía que acaparaba los resortes del poder. Sus demandas se centraron en una ampliación de los derechos y libertades conseguidos durante la Convención Nacional francesa de 1793. La experiencia de 1848 fue especialmente relevante en Francia, donde la presión social forzó la caída de la monarquía de Luis Felipe, el llamado “rey burgués” y supuso la proclamación de la Segunda República. Como ministro de Trabajo durante el gobierno provisional republicano, el socialista Louis Blanc creó los “Talleres Nacionales” y fijó la jornada máxima de trabajo en 10 horas en un intento por absorber el enorme paro que asolaba el país. El cierre de los Talleres Nacionales acaecido tan solo unos meses más tarde de su apertura significó también el fracaso de quienes pretendían dar contenido social a unas reivindicaciones que habían ido más allá de lo meramente político. La proclamación de Luis Napoleón como presidente de la República y la posterior abolición de ésta a causa del golpe de estado asestado por él mismo tres años más tarde, fue la expresión del naufragio del empeño de los trabajadores de poner fin a las desigualdades en la distribución de la riqueza y mejorar sus pésimas condiciones laborales y sociales.

La enseñanza que el movimiento obrero extrajo de la fallida experiencia revolucionaria de 1848 fue que en adelante solo debía confiar en sus propias fuerzas y permanecer al margen de las alianzas con sectores de la burguesía. Se organizó en sindicatos y pasó a la acción política de la mano de las ideologías marxista y anarquista.

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Documental prehistórico sobre la Guerra de la Independencia con Napoleón y José Bonaparte recibiendo tollinas por parte de cuatro gañanes. Luego llegó Fernando VII y España hizo el ridículo internacional hasta la Eurocopa de 2008.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Revolución Francesa (1794-1815)


¿Hortera? ¿Megalómano? ¿Yo? - Napoleón Bonaparte nunca superó sus complejos por ser bajito.

El Directorio (1795-1799)
Tras la ejecución de Robespierre y de otros elementos jacobinos ("montañeses") la revolución se adentró en una fase moderada. Fue redactada una nueva Constitución, la de 1795, y se ensayó la fórmula del Directorio; el poder Ejecutivo quedaba en manos de 5 miembros (directores), en tanto que el Legislativo descansaba en dos Cámaras (Consejo de los Quinientos y el Senado). Un militar de prestigio, Napoleón Bonaparte, se convirtió durante algún tiempo en el árbitro de la política, hasta que en noviembre de 1799 (brumario) decidió poner fin al sistema mediante un golpe de estado.

Significado de la Revolución Francesa
Fue la primera revolución política burguesa del continente europeo, sus precedentes hay que buscarlos en la Revolución Inglesa del siglo XVII y en la Independencia de los Estados Unidos. Supuso la implantación del liberalismo, golpe decisivo al absolutismo monárquico que fue reemplazado por la soberanía nacional, el reparto de poderes y el reconocimiento de las libertades individuales. Dotó a Francia de una nueva estructura de la propiedad agrícola, aunque pervivieron las grandes propiedades agrarias (en manos de la burguesía), nació un nuevo tipo de explotación de tamaño medio en sustitución de los antiguos latifundios. Constituyó un referente político e ideológico, las futuras revoluciones burguesas que se desarrollan a lo largo del siglo XIX volverán sus ojos hacia ella. Sucedió así en las oleadas de 1820, 1830 y 1848 y en los procesos de independencia colonial que dieron origen a nuevos estados, como los de la América hispana. El gobierno de Napoleón (1799-1815) encarnó la consolidación del nuevo estado francés heredero de la Revolución. Se asentó sobre un régimen personalista y autoritario que difundiría los ideales revolucionarios mediante la ocupación de numerosos estados de Europa.

Plano interno
Para Francia el período napoleónico supuso la consolidación definitiva de la obra de la Revolución desde sus presupuestos más moderados. Napoleón afianzó las principales conquistas revolucionarias aunque eliminando sus aspectos más radicales y tendiendo a una concentración de poder cada vez mayor en su persona. Los pasos que siguió fueron: el Consulado, el Consulado Vitalicio y el Imperio (1804-1815). Se apoyó en la alta burguesía y el ejército. Sus realizaciones más notables se concretaron en la creación de una administración local de estructura centralizada, la organización judicial (los jueces convertidos en funcionarios) y la reestructuración del aparato burocrático. El resultado de esta política se materializó en su Código Civil (1804) que garantizaba la libertad individual y económica, la igualdad ante la ley y la propiedad privada. La alta burguesía junto a sectores de la nobleza repatriada se convirtió en la clase dirigente de Francia en tanto que el campesinado conservó las ventajas alcanzadas tras las reformas de la Revolución. Por un lado, Napoleón mantuvo muchos de los principios de la Revolución: liberalismo, soberanía nacional garantizada por sufragio universal, separación de poderes, subordinación del clero al Estado, fomento de la educación... Pero por otro, desvirtuó el sufragio universal, entorpeció la acción del cuerpo legislativo, la educación fue utilizada como un medio de control moral y político, los tribunales sufrieron una depuración, la libertad de prensa y de palabra se recortaron y la etiqueta cortesana al estilo de las monarquías absolutas fue recuperada. Finalmente, en materia religiosa Napoleón restableció las relaciones con el Vaticano (Concordato de 1801) y todos los obispos juramentados afectos a la Revolución fueron destituidos.

Plano internacional
La acción de Napoleón ha de identificarse con la idea de una Europa unida bajo un mismo orden caracterizado por la abolición de la sociedad estamental. Para poner en práctica dicho proyecto se embarcó en una política imperialista que liquidó los reductos del Antiguo Régimen. Para afrontarla se valió de un moderno ejército que utilizando tácticas revolucionarias venció a cuantas coaliciones se le enfrentaron, esencialmente las integradas por Austria, Rusia y Prusia bajo la dirección de Inglaterra. El resultado fue la formación de un imperio bajo el liderazgo de Francia, organizado y regido personalmente, a través de familiares o militares de confianza, con la colaboración de las clases ilustradas de los países conquistados, en los que se promulgaron constituciones y códigos similares al francés. La formación de ese imperio fue posible gracias a una serie de ininterrumpidas victorias militares frente a rusos, austríacos y prusianos (Ulm, Austerlitz, Jena…). Sin embargo, fracasó en el intento de bloquear a Inglaterra por mar. Las dificultades que encontró en España (Guerra de la Independencia), el fracaso de la campaña de Rusia y la enérgica acción de Inglaterra (derrota franco-española de Trafalgar, 1805) hicieron fracasar sus pretensiones imperiales. Tras ser vencido Leipzig (1813) fue desterrado a la isla de Elba (1814). Supuso la restauración de los Borbones en Francia en la persona de Luis XVIII, interrumpida por el corto regreso del emperador al poder (Imperio de los Cien Días). Tras ser derrotado en Waterloo (1815), fue desterrado a la isla de Santa Elena (en el Atlántico) donde murió en 1821.

El legado napoleónico
En el campo político-social y militar supuso la extensión de las formas revolucionarias, del liberalismo (Código de 1804) y la quiebra definitiva de las estructuras feudales. Esa labor se concretó en:

• El nacimiento de una serie de constituciones de signo liberal moderado (Ej. el Estatuto de Bayona de España, 1808).
• El ascenso de la burguesía como nueva clase dominante frente a la nobleza y el clero.
• La puesta en práctica del Derecho moderno.
• La innovación de los ejércitos y las tácticas militares.

En el campo económico consolidó las reformas agrarias llevadas a cabo durante la Revolución y propició la formación de un campesinado de clase media que transmitió a Francia estabilidad política. Aunque una significativa parte de las tierras expropiadas a la nobleza durante la revolución fueron devueltas a sus antiguos dueños, la operación se materializó bajo las formas jurídicas y de explotación capitalistas. Además se sentaron las bases para que Francia iniciara su industrialización. En el aspecto ideológico fomentó los nacionalismos, tanto el francés como el de los estados que fueron ocupados por sus ejércitos. También aseguró las bases de la enseñanza láica plasmada en la reforma de la Enseñanza Secudaria (Bachillerato) que gozaría de gran prestigio internacional y subsiste aún en nuestros días. Este legado perduró a pesar de los intentos de involucionismo promovidos por los sectores más reaccionarios a raíz del Congreso de Viena y materializados en la acción de la Restauración.

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-Interesante documental sobre la misteriosa muerte de Napoleón. Dicen que si lo véis a medianoche delante de un espejo y con un gusiluz, se os aparece el Almirante Nelson.

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La segunda parte de la miniserie sobre la Revolución Francesa, en pleno despiporre de sangre, guillotinas y pelucas.

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