domingo, 7 de diciembre de 2008

La Unificación de Italia

Península itálica a mediados del XIX. Un lío. Sigue siéndolo.

Italia podría ser una gran potencia europea, pero no lo es, como tampoco lo es Alemania. Políticamente está fragmentada, y en parte sometida a Austria. Económicamente es una frontera de la Europa occidental capitalista e industrial. La unidad italiana y la unidad alemana enfrentan a estos tres países en los dos únicos grandes conflictos armados europeos del siglo XIX. En ambos casos Francia, que quiere y cree ser la primera potencia continental, toma parte en el conflicto. Desde varios aspectos hay que relacionar, pues, el fenómeno de la unidad italiana con el movimiento general que conmueve a la Europa occidental. Así como el liberalismo político aplica los principios enunciados por la Revolución francesa de 1789, porque en definitiva la burguesía es lo bastante fuerte para imponerse, la unidad italiana puede ser considerada como la última onda de esa Revolución, ya que Napoleón III realiza lo que había sido esbozado por Napoleón I. Esta unidad beneficia a la Italia del norte, la única que está integrada en el espacio económico industrial de Europa. Su artífice principal, Cavour, es un político liberal de horizontes europeos, que en ningún momento ha puesto sus pies en Venecia ni en Roma ni en Nápoles. La unidad italiana se hace contra el Papa, quien pierde sus Estados y se retira al Vaticano.

Después de las Revoluciones de 1848, pese a su fracaso y la división política, no se puede dudar del sentimiento nacional. En 1849 se restablece el orden, los príncipes recuperan sus Estados y suprimen las constituciones liberales otorgadas por breve tiempo. La Lombardía, austriaca, permanece en estado de sitio hasta 1856. Guarniciones austriacas ocupan las Legaciones (Estados Pontificios), la Toscana, los ducados de Parma y Módena. En Nápoles, Fernando II instaura un régimen policiaco. Sólo el reino del Piamonte escapa a la reacción. El rey Víctor Manuel anuncia el 27 de marzo de 1849 que conservará el Estatuto, frenando así un principio de campaña antimonárquica. El 11 de octubre de 1850 hace entrar en el gobierno como ministro de Agricultura y Comercio a un diputado del centroderecha, Camillo Benso, conde de Cavour. Paulatinamente, gracias a su actividad se impone como jefe del gabinete y se transforma en presidente del Consejo en 1852, apoyado por una mayoría parlamentaria de coalición que nace de la unión del centroderecha y del centroizquierda.

En el reino de Piamonte-Cerdeña, un pequeño Estado de 5 millones de habitantes, él es quien gobierna desde el centro, siendo criticado tanto por la derecha conservadora y católica como por la extrema izquierda, y se propone como tarea la modernización de las estructuras económicas y políticas del país. El balance administrativo es impresionante: nuevos códigos, nuevas reglamentaciones, reorganización del cuerpo de funcionarios… En el campo económico, por no disponer de un ahorro suficiente para ser invertido en las empresas industriales, recurre a capitales extranjeros maniobrando con agilidad entre los grandes bancos franceses e ingleses y favoreciendo el desarrollo del puerto de Génova. En diez años se duplica el volumen de los bienes de consumo, y el Piamonte se dota de la mayor red de ferrocarriles de la península, abre numerosos canales por todo su territorio y firma tratados de libre cambio. En 1860 el Piamonte posee la mitad del capital social del conjunto de las sociedades industriales y comerciales italianas. Cavour tropieza por otra parte con dificultades financieras a causa del desequilibrio de los presupuestos, cubierto mediante empréstitos, y con dificultades de orden político a causa de las medidas anticlericales. En el campo diplomático y militar, el ejército es reestructurado y dotado del material más moderno, la marina de guerra es desarrollada, pero lo que es más importante, Cavour logra alinear al Piamonte en el campo liberal, al lado de Inglaterra y de la Francia de Napoleón III, quien intenta romper con el bloque conservador que forman Prusia, Austria y Rusia. Cavour entra en el conflicto en 1855 al lado de Francia e Inglaterra contra Rusia, con el tiempo justo para participar en el Congreso de París. Ha de acudir personalmente a París para forzar las puertas de la conferencia, intriga entre franceses e ingleses y por fin logra intervenir, aduce que, por culpa de Austria, Italia se encuentra en una situación prerrevolucionaria, y que el interés de las grandes potencias consiste en ayudar al Piamonte antes de que sea demasiado tarde. En realidad, habiendo fracasado todas las sediciones, la mayoría de los patriotas respaldan el programa moderado de Cavour. Turín acoge a muchos exiliados procedentes de otros Estados italianos, los futuros dirigentes de la Italia de la segunda mitad del siglo: en el gobierno piamontés figuran ministros oriundos de Venecia, Bolonia, Milán, Sicilia.

¿Cómo se decide la intervención francesa? Italia despierta simpatías en Europa, en Inglaterra principalmente, donde esta actitud se mezcla a un moralismo protestante antipapista. En Francia intelectuales liberales y anticlericales son favorables a la causa de la unidad. La opinión pública católica no admite que se toque Roma. El encuentro decisivo de Napoleón III y Cavour se produce en Plombiéres, en 1858: el emperador de los franceses promete enviar 200.000 hombres a Italia contra Austria a fin de crear una especie de federación italiana sin Austria, en la que Francia ejercería una hegemonía moral, y el Papa, desposeído de la mayor parte de sus Estados, recibiría la presidencia. Es Austria quien por torpeza precipita las cosas al dirigir un ultimátum a Turín.

Comienza la guerra el 29 de abril de 1859 con una débil ofensiva de los austriacos, quienes dejan a las tropas francesas el tiempo de llegar. Napoleón III asume personalmente el mando supremo a finales de mayo y el 4 de junio gana la batalla de Magenta, operación estratégica de que permite la entrada en Milán de ambos monarcas. Toscana ya ha echado a su gran duque; al derrocar a sus soberanos Parma y Módena, la insurrección crece en Romaña y en las Legaciones, y de toda Italia acuden voluntarios para alistarse en el ejército piamontés. Preocupado por, Napoleón III entra en contacto con el Emperador de Austria y el 11 de junio concierta los preliminares de la paz de Villafranca, quince días después de su llegada a Italia, Austria renuncia a Lombardía, pero los príncipes de Italia central serán restaurados y se instaurará una confederación presidida por el Papa. Dimite Cavour. La actitud de Napoleón III es debida, en parte, a las noticias que le llegan de Francia y que testimonian de la extrema reserva de la opinión y, en parte, a la movilización de 400.000 prusianos en el Rin.

Retirado del poder, Cavour anima a los moderados para que conserven el control de la situación en Italia central. En diciembre de 1859 Napoleón III decide reemprender alguna iniciativa, y el ministerio liberal inglés considera la perspectiva de una unidad italiana: un libelo oficioso aparecido en París aconseja al Papa la renuncia a sus Estados, excepto Roma. En enero de 1860 Cavour vuelve al poder, se aprovecha de la rivalidad de Londres y París y organiza plebiscitos triunfales en Italia central; el Piamonte cede Saboya y Niza a Francia para reforzar los lazos rotos por un momento. El nuevo reino de la Alta Italia, con el Piamonte, la Lombardía, Parma, Módena, la Toscana y la Romaña, cuentan con 12 millones de habitantes, es decir, casi la mitad de Italia. Los círculos dirigentes piamonteses se dan por satisfechos. Es una nueva fuerza política, el Partido de la acción, que cuenta con el pueblo, la más clarividente, Crispi, emigrado siciliano, y Garibaldi, en mayo de 1860, organizan la expedición de los mil «camisas rojas». Los mil voluntarios, todos ellos intelectuales habitantes de ciudades, desembarcan en Sicilia, libran algunas escaramuzas con los borbónicos, son recibidos por las ciudades sublevadas y, para conciliarse con los campesinos, suprimen la tasa sobre la molienda de granos. En agosto de 1860, Garibaldi cruza el estrecho de Mesina. Un ministro del rey Francisco II abre en persona las puertas de Nápoles. Cavour decide actuar para contener la ola democrática; el ejército piamontés entra en las Marcas y se reúne con los partidarios de Garibaldi en el reino de Nápoles. Víctor Manuel es saludado como rey de Italia por el mismo Garibaldi. Se ratifican las anexiones mediante plebiscitos. Fuera del reino no queda más que Venecia y Roma. Un nuevo parlamento se reúne en Turín en febrero de 1861; el reino de Italia es reconocido con entusiasmo por Inglaterra y también por Francia. Cavour muere en el mismo año, en el momento en que negocia un compromiso con el Papa.
-Los hermanos Garibaldi al completo.

La consecución de la unidad es laboriosa. La administración unitaria se establece con dificultad. Una guerrilla dirigida por el clero asola Nápoles, donde los piamonteses fusilan a 1.000 rebeldes en dos años. Gracias a Napoleón III con ocasión del conflicto austro-prusiano de 1866, Italia puede atacar de nuevo a Austria. Pese a ser derrotada, Italia consigue Venecia tras la ficción de un plebiscito (1866). Queda la cuestión de Roma y la campiña romana: en 1862, el gobierno real lanza a Garibaldi contra Roma, mas presionado por Napoleón III, debe él mismo contenerle. En 1867, por círculos oficiales, Garibaldi hace una nueva tentativa, pero una división francesa le intercepta. Es el conflicto franco-prusiano quien decide la suerte de Roma: a la caída de Napoleón III los italianos envían un ejército a Roma, que ratifica la anexión mediante un plebiscito. Una ley de garantías ofrece al Papa lo que aceptará de Mussolini cincuenta años más tarde, pero que entonces rechaza: derechos de un soberano, envío de nuncios al extranjero y compensaciones. La unidad termina como ha empezado, a favor del juego de las grandes potencias. Quedan todavía Trento y Trieste. La unidad ha costado la vida a 6.000 italianos, pero también a 15.000 franceses...

En conjunto, la unidad ha sido obra de una clase burguesa, intelectual y moderada, y también de los funcionarios del norte que han sabido insertarse en un juego diplomático a escala europea. Aquí también el liberalismo alcanza rápidamente sus límites: incapacidad para concebir reformas sociales de las cuales tanta necesidad tiene el sur de Italia, estancamiento en el conservadurismo... Habiendo prohibido Pío IX a los católicos participar en las elecciones legislativas, el cuerpo electoral, muy exiguo ya con sólo el 15 por ciento de los varones adultos, es debilísimo. La izquierda anticlerical y liberal que gobierna a partir de 1876 se lanza en una política megalómana de nacionalismo, de armamentos y de colonialismo. En el caso de Italia, más aún que en otros casos, más que de una voluntad de enfrentarse a lo real, se trata de una huida hacia adelante.

Hasta 1922, Italia fue una monarquía constitucional con un parlamento elegido mediante sufragio censitario hasta 1913 cuando se instauró el sufragio universal masculino. El nuevo estado sufría varios problemas tanto por la pobreza general y el analfabetismo como de las profundas diferencias culturales (no había un lenguaje común) entre varias partes: incluso hubo revueltas por el retorno a las antiguas leyes. En política exterior, Italia fue mientras tanto excluida del reparto colonial de África en la Conferencia de Berlín. Logra sin embargo establecer algunas posiciones en Eritrea y Somalia, fracasando en su intento de conquistar Etiopía.

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Trailer de "El Gatopardo" (1963), de Visconti, peliculón (y dramón) sobre la situación de la nobleza frente al cambio social que vive Italia.


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Cosas a tener en cuenta:
-El italiano es un nacionalismo organicista, al contrario que el alemán es más cultural que otra cosa, es una asociación de colectivos por una cultura común, el movimiento neogüelfo. Hay que tener en cuenta que Italia desde tiempos de Roma había estado dividida y que sigue estándolo. Lo cierto es que es casi milagroso que la unificación se llevase a cabo.
-Cavour no era estúpido, de hecho de italiano tenía poco, y, entre otras cosas, funda Il Risorgimento, el movimiento que arrastra todo esto, es decir, la coartada para meterse en una guerra. Se puede meter en el saco del romanticismo gracias a autores como Ugo Fascolo, Giacomo Leopardi o Alessandro Mazzini, fundador de Giovane Italia, y uno de los primeros en intentar la unificación por la fuerza. Evidentemente, era un inepto como militar (como cualquier militar italiano de los últimos 1500 años) y fracasó frente a Austria en 1848. Pese a todo, su lema "Dio e Popolo" corrió como la pólvora frente al "Iglesia libre en Estado libre" de Montalembert, reciclado por Cavour y posteriormente por... Mussolini.
-Nápoles era la ciudad más rica de Europa cuando estaba en manos de los Borbones, pero cuando entraron las tropas piamontesas despojaron al banco de Nápoles de todo su capital, dejando al sur en la miseria más absoluta. Aún no lo han olvidado.

sábado, 6 de diciembre de 2008

La Unificación Alemana y la hegemonía alemana

Otto Von Bismarck y su cara de buenos amigos. ¿Quién no pactaría con él?

Alemania, como Italia, había repetido desde 1850, el modelo político previo a 1848: dividida en múltiples Estados, la Confederación Alemana era solo un nombre. Restablecido el régimen reaccionario, la influencia austríaca se hizo sentir nuevamente. Esta situación no mejoró entre 1850 y 1862. Los gobiernos se volvieron cada vez más autoritarios y Austria reforzó su predominio. Todo parecía impedir la puesta en marcha de un plan de unidad nacional. A pesar de los graves factores que conspiraban contra la unidad alemana, había algunos que le eran favorables. En primer lugar, la potencia económica de Prusia; en segundo lugar, las industrias prusianas que revitalizaron a Alemania gracias a la Unión Aduanera; por ultimo, la construcción de una importante red ferroviaria. Y si muchos patriotas desconfiaban de Prusia, como Estado reaccionario, los hombres de negocios alemanes deseaban la unión del país bajo la dirección prusiana.

Otto von Bismarck, aristócrata prusiano y artífice de la unificación, fue nombrado presidente de Prusia por el káiser Guillermo I en 1862. El gobierno prusiano y la Dieta (parlamento) de Berlín se hallaban enfrentados a causa del proyecto de reforma del ejército elaborado por el Ministerio de la Guerra, que consistía en la ampliación del periodo de servicio militar obligatorio y en la abolición la milicia compuesta ciudadana. El sector liberal de Prusia, que contaba con la mayoría, rechazó esta propuesta por considerarla un conjunto de medidas reaccionarias destinadas a incrementar los poderes de la corona prusiana y se negó a aprobar el presupuesto de defensa. Bismarck, decidido a vencer, gobernó el país y recaudó los impuestos sin contar con el consentimiento del parlamento.

El ministro-presidente deseaba ampliar el territorio de Prusia y aumentar su poder a expensas de los estados vecinos de Alemania del norte; a su juicio, este plan uniría a la mayoría de los prusianos en torno a la Corona y, por lo tanto, los liberales quedarían aislados. Bismarck no contaba con un plan diseñado de antemano para llevar a cabo la unificación alemana. Era un hombre implacable y estaba dispuesto a aprovechar las divergencias entre las otras grandes potencias para lograr sus objetivos. El ejército prusiano, recientemente reorganizado y mejor equipado, sería el instrumento con el que alcanzaría sus objetivos en política exterior. Su oportunidad llegó en 1863, cuando la Confederación Germánica, una unión de estados alemanes presidida por el Imperio austriaco, protestó ante el intento de Cristián IX de Dinamarca por incorporar a su reino el ducado de Schleswig. En el Protocolo de Londres de 1852, se había dispuesto que quedara unida al ducado de Holstein, que era miembro de la Confederación Germánica. Bismarck pretendía sacar provecho de esta disputa en favor de los intereses de Prusia y persuadió al emperador austriaco para que se uniera a Prusia en su defensa de los términos del Protocolo de Londres, lo que obligaría a Dinamarca a renunciar a su soberanía sobre las dos provincias. Se inició así la llamada guerra de los Ducados. Las fuerzas austríacas y prusianas invadieron Jutlandia. El rey de Dinamarca se vio forzado a transferir Schleswig-Holstein a los dos vencedores tras la derrota de su ejército en el mes de agosto, y las fuerzas de Austria y Prusia ocuparon el territorio conquistado.

Después de la victoria, era preciso decidir el futuro de los dos ducados: Bismarck deseaba anexionarlos a Prusia, una solución a la que Austria se oponía. Se intentó resolver este asunto de distintas formas: se celebró una conferencia en Londres a la que asistieron las grandes potencias; tras el fracaso de esta reunión, negociaron las naciones en conflicto. Esta vía tampoco condujo a acuerdo y Prusia y Austria entraron en guerra el 14 de junio de 1866 -Guerra de las Siete Semanas-. Austria contaba con el apoyo de gran parte de la Confederación Germánica. Prusia firmó una alianza con Italia (a la que prometió la provincia austriaca de Venecia en el caso de que vencieran), con el fin de presentar dos frentes de batalla. Los estados alemanes proaustriacos no tardaron en ser derrotados. El ejército austríaco fue completamente aniquilado en Sadowa, situada en Bohemia, el 3 de julio. Austria se vio obligada a firmar el Tratado de Praga en el que se comprometía a renunciar a sus anteriores competencias en Alemania. Napoleón III está a favor. Luego se arrepentirá.

Prusia constituyó, con los demás Estados del norte del Main y Sajonia, la Confederación de Alemania del Norte. Los reinos de Baviera, Wurttenberg y el gran ducado de Baden permanecieron independientes, pero firmaron alianzas con Prusia. Bismarck promulgó una nueva Constitución para la Confederación. Guillermo I, rey de Prusia, fue nombrado presidente hereditario de la Confederación, mientras que el poder real de la misma era otorgado a Bismarck como canciller. Se constituyó un Reichstag (asamblea representativa), elegido por sufragio universal masculino, con poderes limitados. Los ministros del nuevo gabinete fueron nombrados por el Rey. Los liberales prusianos apoyaron a Bismarck en esos momentos por sus éxitos recientes, y la Dieta prusiana aprobó una ley de indemnización para absolverle de todas las acciones ilegales realizadas. Las otras potencias, que habían permanecido neutrales, no habían previsto la magnitud de la derrota austríaca. Napoleón III exigió a Prusia compensaciones por la ampliación de su territorio, y sugirió a Bismarck la cesión de algunas zonas de Renania, Bélgica o Luxemburgo.
Hacia finales de la década de los sesenta, España, cuya reina, Isabel II, había sido depuesta recientemente, por la revolución de 1868, ofreció su trono al príncipe Leopoldo de Hohenzollern, pariente de Guillermo I. Napoleón III, que no deseaba verse rodeado por Prusia, protestó por esta propuesta y la candidatura de Leopoldo fue retirada bajo la presión del Káiser. Ante esta situación, el embajador francés de Prusia se trasladó para entrevistarse con Guillermo. Éste, indignado porque se pusiera en duda su palabra, telegrafió a Bismarck para comunicarle que se negaba a ofrecer ninguna otra confirmación al embajador francés, al que había despedido. Bismarck manipuló el telegrama para que produjera la impresión de que había sido insultado, y lo publicó en prensa. Las opiniones de corte nacionalista proliferaron y Francia declaró la guerra a Prusia, encolerizada por el supuesto agravio contra su embajador. Bismarck también hizo públicas las demandas de Napoleón III sobre Bélgica y Luxemburgo, lo que reafirmó a Gran Bretaña en su decisión de permanecer neutral en el conflicto. Los estados alemanes del sur, irritados por los proyectos previstos por el Emperador francés para el territorio renano, que Bismarck también se encargó de filtrar a la prensa, se unieron a Prusia. Los ejércitos de Napoleón III fueron derrotados en la batalla de Sedan y en Metz; a continuación, los prusianos sitiaron París. Napoleón abdicó y se proclamó la III República.
-Napoleón III y Bismarck tomando el té después de Sedan. Observad lo triste que está el sobrino de Napoleón ante la idea de jubirlarse en Londres viviendo a todo tren. La verdad es que Otto le hizo un favor.

Se formó un Gobierno de Defensa Nacional que intentó organizar la resistencia en las zonas no ocupadas del sur del país. Los nuevos ejércitos franceses, apoyados por guerrilleros, lucharon durante un tiempo contra fuerzas muy superiores, pero las autoridades se vieron obligadas a firmar un armisticio con Prusia el 28 de enero de 1871, que incluía la capitulación de París, agotada por el sitio sufrido. Francia tuvo que ceder a Prusia las provincias de Alsacia y Lorena y pagar una gravosa indemnización de guerra (Tratado de Frankfurt). El rey de Prusia, Guillermo I, fue proclamado emperador de Alemania por otros príncipes alemanes en enero de 1871; la ceremonia tuvo lugar en Versalles, donde se encontraba en estos momentos el cuartel general del ejército prusiano. La Constitución de la ya inexistente Confederación de Alemania del Norte fue aprobada definitivamente el 16 de abril de 1871, por el segundo Imperio alemán.

El imperio enfrentó dos fuerzas internas contrapuestas, la Iglesia Católica y la socialdemocracia. Bismarck dictó las Leyes de Mayo, por las que se secularizaban la educación y otras actividades civiles, pero retrocedió después, para contar a la Iglesia como aliado en contra del socialismo. Alarmado por el crecimiento de la socialdemocracia, el régimen aplicó una combinación de represión y reformas sociales, con el fin de neutralizar su potencial. El gobierno de Bismarck utilizó el proteccionismo comercial para aumentar el ingreso interno y fomentar la industria nacional. La economía alemana dio un nuevo salto, sobre todo en la industria pesada, la química, la electrotécnica y la de medios de producción. La formación de la Triple Alianza, con Austria e Italia, así como el establecimiento de colonias en África y Asia a partir de 1884, evidenciaron la aspiración de convertir al Imperio Alemán en una potencia mundial.

Bismarck consiguió que Berlín fuera el centro de la diplomacia europea de su tiempo. Su actividad se orientó a lograr la hegemonía alemana y a evitar la revancha francesa, aislando a esta potencia mediante juegos de alianzas denominados sistemas bismarckianos, respaldados por una política de fuerza o realpolitik. Su mayor logro lo alcanzó con la firma de la Triple Alianza (1882) entre Alemania, Austria-Hungría e Italia. Frente a este bloque, tras la dimisión de Bismark, Francia respondió con la formación de la Entente Cordial (1904) con Inglaterra, a la que se añadiría Rusia con la firma de la Triple Entente (1907). De esta forma, cualquier conflicto entre naciones corría el peligro de implicar a toda Europa, como sucedió al estallar la Primera Guerra Mundial. Como gran estado moderno, Alemania llega tarde al reparto colonial del planeta. El Káiser Guillermo I se encargará de extender el poder de Alemania, por medio de una industria competitiva con relación a la gran potencia del momento, Inglaterra. Berlín se afianza como una de las ciudades más importantes de Europa. Y la industria alemana, en su búsqueda de nuevos mercados tropieza con la hostilidad de Inglaterra y Francia. Hostilidad que con el tiempo desembocará en la Primera Guerra Mundial.

El tenso ambiente entre Inglaterra y Francia y el nuevo estado alemán crece año a año, a pesar de las Conferencias Internaciones de Paz, de 1899 y de 1907 de La Haya, que buscan crear foros de arbitraje donde dirimir los litigios. Surge la Corte de Arbitraje de La Haya. Pero entretanto, en Alemania, se difunde la doctrina de una serie de pensadores políticos como Friedrich von Bernhardi, y otros que sostienen que la guerra forma parte consustancial de la vitalidad de las naciones; el nuevo Káiser, Guillermo II, es belicista y no mantiene el equilibrio de Bismarck.. El espíritu bélico de Prusia resurge. Francia e Inglaterra las que aparecen como enemigas, como principales obstáculos al vertiginoso desarrollo industrial de Alemania, que necesita desesperadamente nuevos mercados donde vender sus productos, de más calidad y a mejor precio que los de esos dos países. El germen de la guerra ya existe a comienzos de la segunda década. Para entonces Alemania ha buscado nuevos aliados, Italia en el Sur, y Japón para debilitar a Rusia, en el Pacífico. Rusia acababa de ser derrotada por Japón en 1905. Y la caída de la monarquía no tardaría en llegar, pero la Primera Guerra Mundial llegó antes, en 1914, y al final de la misma en 1919 también cayó la monarquía en Alemania y en Austria.

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Documental que os robará media hora de vuestra vida y ni siquiera entra en este tema de manera directa: el acorazado Bismarck, la joya de la marina nazi. Y sí, el nombre es por nuestro Otto.

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Glosario:
-Unión Aduanera: La Zollverein, en la que se abolen los aranceles (impuestos) entre los miembros de la Confederación Germánica, excepto Austria, en 1834, es el primer paso hacia la cohesión política.
-Romanticismo: No es un movimiento unitario, hay fases: se inicia en los años 90' del XVIII y se extiende durante la primera mitad del XIX. Los filósofos dominantes son Fichte y Schelling, y autores destacados son E.T.A. Hoffman y Hölderlin. En la unificación Bismarck se apropia del concepto de lo sublime, de la excelencia, del orgullo de ser compatriota de personalidades como Beethoven o Goethe. Hay que tener en cuenta que es una época insegura y alienante, se idealizan y topifican momentos pasados y se mitifica la realidad y la historia, entroncando con el ideal de Imperio con Roma.
-Conferencia de Berlín: Convocada por Portugal, la organiza Bismarck. Se establece la libre navegación marítima y fluvial, Leopoldo II de Bélgica establece como árbitro del Congo y se divide el mapa de África y Asia. Las consecuencias de estos son los conflictos nacionales y la desastrosa descolonización que aún hoy sufren las antiguas colonias. No confundir con Congreso de Berlín, ahí se trataron asuntos sobre la problemática de los Balcanes.
-Reichstag y -Bundesrat son los órganos del poder legistalivo de la nueva Alemania.