viernes, 14 de noviembre de 2008
La Europa de la Restauración
Abarca un periodo corto, desde la caída de Napoleón en 1814 hasta las revoluciones europeas de 1830. Se intentó, por parte de gobiernos europeos, reaccionar frente a los logros de la Revolución Francesa y volver a los presupuestos del Antiguo Régimen. De ahí, deriva la denominación Restauración. Se trata de una época compleja. Gran parte de esta complejidad se explica por la heterogeneidad de las fuerzas que vencieron a Napoleón: unos luchaban contra el intento imperial de romper el equilibrio de occidente; otros, los nacionalistas, se levantaron contra el proyecto unitario que suponía; por último, estaban los que se oponían al ideal girondino napoleónico de extender los principios revolucionarios por toda Europa. Estas fuerzas eran contradictorias entre sí, pero la política del equilibrio europeo consistirá en no permitir la formación de una potencia territorial europea. La Restauración interpretó que la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico habían roto ese equilibrio y era necesario volverlo a construir. Las potencias debían ayudarse para mantener a sus gobernantes legítimos y abortar cualquier conato de revolución, pacto que se romperá oficialmente con la Guerra de Crimea.
La política internacional europea de la época queda configurada por los principios de legitimidad, equilibrio e intervención. En virtud del principio de legitimidad se restaurarán las dinastías del Antiguo Régimen, recuperando los territorios que le pertenecían. Los espacios alemán e italiano fueron discutidos y repartidos buscando compensaciones. Rusia se fortaleció por el Este y Prusia por el Oeste. También se crearon estados-tapón. Se entendía que la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico habían roto el equilibrio europeo y había que reconstruirlo. Así entraba en juego el segundo principio: el del equilibrio. La clave de la política europea acabó siendo la aplicación del principio de intervención. Consistía en el compromiso entre las potencias de intervenir en cualquier país donde surgiera un estallido revolucionario. La aplicación de los tres principios citados, da origen a los dos rasgos que caracterizaron el sistema político de la Restauración. El primero consiste en la fórmula de Directorio, la dirección mancomunada de la política europea por parte de las grandes potencias. En Europa se imponía la supremacía de las grandes potencias. El segundo es la convocatoria de Congresos. Para poner en práctica la política mancomunada de las grandes potencias había que ponerse de acuerdo. En octubre de 1814 dio comienzo el Congreso de Viena, aunque las dificultades de concentración obligasen a aplazar una y otra vez las fechas de las sesiones. Los protagonistas fueron el emperador de Austria Francisco I y su canciller Metternich que desempeñaron los papeles de anfitrión y principal negociador. El zar de Rusia, Alejandro I, el cual, sorprendió a todos con un proyecto de Santa Alianza. El rey de Prusia, Federico Guillermo III, delegó en su colaborador el príncipe Hardenberg, que a su vez se apoyaba en Humboldt. Para equilibrar el engrandecimiento ruso se ampliarán los dominios del reino prusiano con los territorios de Renania y Westfalia. Castlereagh, por parte de Gran Bretaña, es una pieza clave en el Congreso. Fue el primero en hablar de la necesidad de un sistema de equilibrio europeo. Por parte de Francia, el ministro de Asuntos Exteriores, Talleyrand, hombre de extraordinaria capacidad diplomática. Los representantes de las medianas y pequeñas potencias tuvieron poco que hacer en el Congreso de Viena. Entre ellos no destacó especialmente el representante español Gómez Labrador.
El capítulo más amplio fue el de las decisiones. Se centró en la reorganización del mapa europeo. La creación de fronteras artificiales, en muchos casos, provocará problemas nacionalistas en un futuro próximo. Rusia se anexionaba Finlandia y el Reino de Polonia quedaba bajo la soberanía del zar. Austria retenía la Galitzia polaca, mientras controlaba Lombardía, Venecia y las provincias Ilíricas. En los reinos de Italia la aplicación del principio de legitimidad permitió a Víctor Manuel I recuperar Saboya y Génova; Fernando V volvió a Nápoles; el Papa a los Estados Pontifícios; Fernando III a Toscana y Francisco IV a Módena. En el conjunto del mundo alemán se procedió a una simplificación del mapa, reduciendo a 39 el mosaico de Estados que pasaron a configurar la Confederación de Estados Germánicos. Prusia adquiría Posen, Dantzig, la Pomerania sueca y parte de Sajonia. El engrandecimiento de Prusia frenaba el expansionismo ruso, a la vez que preparaba vías para la unidad de Alemania. Suecia obtuvo la soberanía sobre Noruega, mientras que Bélgica, Holanda y Luxemburgo constituían un estado-tapón en la zona que más interesaba proteger a Gran Bretaña.
El segundo congreso, después del de Viena, fue el de Aquisgrán. Se celebró en los últimos meses de 1818. El principal tema del congreso fue regularizar la situación de Francia. Se facilitó el pago de las reparaciones de guerra en plazos e ingresó en el Directorio. El panorama europeo era tranquilizador aunque comenzaban a aflorar diferencias ideológicas, aunque no afectaban a la unidad, pues había dos bloques con el mismo fin, las potencias absolutistas y las de régimen constitucional.
En 1820 la revolución liberal resurgía en los reinos de España, Portugal, Nápoles y Piamonte. Los monarcas tuvieron que aceptar regímenes constitucionales. En la conferencia de Troppau se continuó en Laybac (Liubliana) en enero de 1821. La habilidad de Metternich se puso de manifiesto y Austria recibía plenos poderes para intervenir en Italia y restaurar los regímenes de plena soberanía. En 1821, los planes revolucionarios italianos y españoles provocaron otra gran reunión de la Pentarquía en Verona a finales de 1822 en la cual se decidió redactar una nota a las Cortes españolas, amenazando con la intervención si no se producía un cambio sustancial. Si la nota de las potencias se rechazaba, entraría en España un ejercito francés, respaldado por la Pentarquía. Después de Verona prevalecería la política individual de cada potencia sobre la global. La nueva oleada revolucionaria de 1830 dará al traste con el Sistema Metternich.
Gran Bretaña durante el periodo que nos ocupa está cubierta de gobiernos tories que rechazarán cualquier tendencia revolucionaria en las Islas y que practicarán una política ajena a los asuntos del continente europeo. El imperio ruso se había engrandecido con la anexión de Finlandia y la soberanía sobre Polonia, pero su hegemonía europea se vio frenada por la aplicación del principio de equilibrio. Cuando llegó el ciclo revolucionario de 1820, se mostró radicalmente antiliberal. La primera obra de Luis XVIII al subir al trono fue la promulgación de una Carta Otorgada, ley que emana de la autoridad real, pero que reconoce los derechos del pueblo. Las instituciones revolucionarias y napoleónicas se respetaron en su mayoría. Puso en marcha una política conciliadora, teniendo que hacer frente a problemas durante su reinado, sobre todo en los primeros años por el intento napoleónico de los Cien días, pero las reformas y el éxito militar de Los Cien Mil Hijos de San Luis contribuyeron a restaurar el prestigio interior y exterior del régimen de la restauración en Francia. El mundo germánico esperaba con ansia la unidad alemana. La Confederación de los 39 Estados Germánicos configurada en el Congreso de Viena, contaba con un Parlamento en Francfort en el que se trataban asuntos muy generales. Ni Austria ni Prusia renunciaban al protagonismo en la formación de la Gran Alemania. Prusia era ya la primera gran potencia del mundo germánico. Estaba gobernada por el rey Federico Guillermo, contaba con el ejercito mejor organizado de Europa; pero Austria contaba con el mejor político, hábil diplomático y enérgico gobernante, Metternich, que se mantendría en el poder con su emperador Francisco I hasta 1848. En Italia predominaba por el momento el liberalismo sobre el nacionalismo. Prevaleció el régimen de soberanía real y los descontentos fueron mayores que en otras partes de Europa. Y la cosa quedó tal que así:
1820 fue la fecha en la que el sistema político de la Restauración atravesó el momento más crítico, es en esta fecha cuando tienen lugar movimientos revolucionarios en España, Portugal, Piamonte, Nápoles y Grecia. Estas oleadas revolucionarias deben interpretarse como la reacción a la Europa de la Restauración que había dejado graves problemas de nacionalismo. Las potencias del Directorio, para impedir que estos brotes revolucionarios llevasen a la implantación del liberalismo, acaban progresivamente con estos nuevos regímenes constitucionales. Los únicos que se mantendrán serán los gobiernos de Portugal y Grecia, esta última será reconocida como estado independiente del imperio turco.
En torno a 1830 una nueva oleada de mayor envergadura asola Europa; el punto de partida de estas agitaciones es el alzamiento de orleanistas y republicanos en París en julio de 1830; triunfan los primeros, los cuales hacen abdicar a Carlos X, último rey francés de la casa de Borbón y proclaman a Luis Felipe de Orleáns como rey de Francia. Desde Francia la revolución se extiende a Bélgica, que obtiene la independencia de Holanda, con la que formaba hasta entonces el reino de los Países Bajos. Los Estados centrales de la confederación germánica serán los siguientes en sufrir la oleada revolucionaria, seguidos de Polonia y los pequeños Estados de la Italia central. Las revoluciones de 1830 acabarán dando el triunfo al liberalismo en la Europa Occidental. El siguiente ciclo revolucionario, en 1848, liberalizará los regímenes de Europa Central.
Los años 1815-1830 trajeron consigo una estabilidad que mejoró la condición humana, debido principalmente a la ausencia de guerras y perturbaciones civiles a nivel continental. Después de Waterloo se establecía un orden internacional que se mantendría a lo largo de todo el siglo. Viena fue la primera conferencia de paz moderna: un intento no sólo de resolver todas las cuestiones pendientes en el continente europeo, sino también de preservar la paz sobre una base permanente. Sus procedimientos fijaron la pauta de las conferencias internacionales.
La oleada revolucionaria que se extendió durante 1848 por gran parte de Europa, además de su significado político, poseyó un marcado carácter social. Francia, Austria, Alemania, Suiza, al igual que otros estados, constituyeron escenarios en los que la clase trabajadora intervino en forma de protestas y motines junto con la pequeña burguesía liberal, frente a los intereses de la alta burguesía que acaparaba los resortes del poder. Sus demandas se centraron en una ampliación de los derechos y libertades conseguidos durante la Convención Nacional francesa de 1793. La experiencia de 1848 fue especialmente relevante en Francia, donde la presión social forzó la caída de la monarquía de Luis Felipe, el llamado “rey burgués” y supuso la proclamación de la Segunda República. Como ministro de Trabajo durante el gobierno provisional republicano, el socialista Louis Blanc creó los “Talleres Nacionales” y fijó la jornada máxima de trabajo en 10 horas en un intento por absorber el enorme paro que asolaba el país. El cierre de los Talleres Nacionales acaecido tan solo unos meses más tarde de su apertura significó también el fracaso de quienes pretendían dar contenido social a unas reivindicaciones que habían ido más allá de lo meramente político. La proclamación de Luis Napoleón como presidente de la República y la posterior abolición de ésta a causa del golpe de estado asestado por él mismo tres años más tarde, fue la expresión del naufragio del empeño de los trabajadores de poner fin a las desigualdades en la distribución de la riqueza y mejorar sus pésimas condiciones laborales y sociales.
La enseñanza que el movimiento obrero extrajo de la fallida experiencia revolucionaria de 1848 fue que en adelante solo debía confiar en sus propias fuerzas y permanecer al margen de las alianzas con sectores de la burguesía. Se organizó en sindicatos y pasó a la acción política de la mano de las ideologías marxista y anarquista.
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Documental prehistórico sobre la Guerra de la Independencia con Napoleón y José Bonaparte recibiendo tollinas por parte de cuatro gañanes. Luego llegó Fernando VII y España hizo el ridículo internacional hasta la Eurocopa de 2008.
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